El desafío del trabajo post pandemia


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La primera respuesta de las empresas y organizaciones a la pandemia fue garantizar la seguridad física de las personas. Todos a casa y a reducir lo más posible el contacto entre personas.

Y así empezaron a transcurrir los días y los meses.

Después el desafío fue operar a distancia. En donde aún no estaban preparados, se observó la implementación de todo tipo de tecnologías para conectar a las personas desde sus casasen tiempos récords. Se realizaron inversiones importantes no solo en recursos financieros, sino también en poder cambiar la actitud de las personas, como por ejemplo las resistencias al cambio y las distintas curvas de aprendizaje, en especial para usar las nuevas plataformas tecnológicas.

Se vieron obligados a acelerar tendencias y a traer al presente aquello que tal vez se estaban planteando como un escenario optativo y a mediano o largo plazos.

Y así siguieron pasando los meses y la gente fue adoptando -cada uno a su ritmo y con distintos retos- una nueva normalidad. Trabajar desde casa y usar cubre bocas se volvieron indispensables.

Un año después, con la liberación de las vacunas, el panorama empezó a cambiar.

Muchas personas se volcaron a la calle, confiadas en el avance de la ciencia y desesperadas por el tiempo de confinamiento. Lo que sí permeó fue la disminución o casi desaparición de la percepción del riesgo de muerte: “ya no me muero, ya hay una vacuna”.

Y con la llegada de las vacunas y la disminución en el número de muertes y de contagios, se fueron retomando las actividades que habían estado canceladas o limitadas. Y es cuando las organizaciones enfrentaron su siguiente desafío (como si les hiciera falta uno adicional): cómo y cuándo regresar al trabajo presencial.

Durante esos largos meses de cuidados, se llevó a cabo el mayor experimento que se pudiera imaginar: toda la gente, todas las empresas, todo el mundo simultáneamente a trabajo remoto. ¡Quién lo iba a imaginar!

Y como resultado, ahora tenemos a personas que, al haberlo experimentado en carne propia, han podido elegir su preferencia.

Hay personas que les urge y desean con ansias regresar a trabajar bajo el esquema anterior, todos los días en horario completo. Ansían volver a tener una rutina, salir de casa, tener un espacio en el cual trabajar, compartir con colegas, etc.

Hay otro grupo de personas, me parece que el mayor, que quisieran poder tener un sistema híbrido o flexible. Valoran los intercambios con grupos de colegas y el contacto directo, pero también han aprendido a disfrutar y sacar provecho de su trabajo a solas, así como de las ventajas de quedarse en casa como evitar los tiempos de traslados y poder vestir ropa cómoda (aunque sea solo de la cintura para abajo).

También existe un tercer grupo que quieren continuar 100% del tiempo en trabajo remoto. Argumentan -muchos con razón- que han sido igual o más productivos que lo que fueron y que han ganado en calidad de vida.

La pregunta es: ¿qué van a hacer las empresas para cubrir estas demandas?

Antes solo había una opción (para bien y para mal). Ahora se ha probado que se puede hacer de muchas maneras y que el experimento forzado a generado alternativas.

Me parece que es necesario hacer una re-evaluación del futuro del trabajo. Necesitamos re-pensar, re-definir, re-iniciar una nueva etapa en el ámbito laboral.

Y considero que en este análisis podemos tener muchas preguntas para contestar, entre las que se encuentran:

¿Cómo adaptarse y responder a las nuevas formas de trabajo mientras se cuidan las prioridades organizacionales?

¿Cómo se mantienen las ventajas de la adaptación al cambio?

¿Cómo se procura un enfoque en lograr tener organizaciones esbeltas, ágiles, con capacidades y conocimientos tecnológicos actualizados?

¿Cómo se adapta otro tipo de liderazgo y de evaluación del desempeño que permitan estas opciones de trabajo?

Mi apuesta es que el sistema híbrido llegó para quedarse y que puede ser una gran opción si definimos las mejores maneras de operarlo.

¿Tú qué opinas?

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